La realidad de Israel, por Don Ricardo
No debemos perder de vista que el actual Estado de Israel nace como consecuencia de una nunca suficientemente lamentada resolución de la ONU, y que amplia su territorio gracias a la ocupación ilegal de los territorios que esa misma resolución había reservado para los palestinos, llevada a cabo en 1967, ocupación que hoy día se mantiene con el apoyo incondicional de Estados Unidos, y el silencio cómplice e indolente tan característico de la Unión Europea. Desde 1948 han transcurrido varias décadas de agresiones a los países de su entorno, treguas y paces-trampa que han servido a Israel para dos cosas: aumentar su territorio realizando pequeños mordiscos a sus vecinos, y repoblar con colonias de judíos integristas, extremadamente violentos y armados hasta los dientes, los territorios palestinos -en los que nunca habían vivido antes los judíos- hacinando sobre todo en Gaza, a los palestinos expulsados de sus casas. Una operación clarísima de limpieza étnica llevada a cabo por Israel y patrocinada por Estados Unidos.
A lo largo de estos años se ha ido creando una resistencia palestina que ha actuado a veces directamente contra Israel, y en otras ocasiones ha practicado el terrorismo -especialmente en los años 70- contra aquellos países que de manera activa o pasiva han apoyado al Estado de Israel. En la última década se ha creado una especie de espejismo que pretende convencernos de que el problema palestino está en vías de solución por el hecho de que Israel ha aceptado la existencia de la Autoridad Nacional Palestina, que es soberana en los territorios que la ONU reservó para los palestinos -Cisjordania y la franja de Gaza-. Pero esto no es cierto, porque ni se han levantado las colonias judías de Cisjordania, ni se permite a los palestinos crear las redes de infraestructuras civiles necesarias que son precisas para el mantenimiento de un estado, ni se permiten las comunicaciones terrestres entre Gaza y Cisjordania, ni se respetan las decisiones electorales de los palestinos. Y además, esa no sería la solución de nada, puesto que mantendría la existencia de dos estados fuertemente enfrentados entre sí, uno de ellos armado hasta los dientes por Estados Unidos o rechazado por todo su entorno, y el otro caldo de cultivo de un sentimiento -bastante justificado- de odio a Occidente, sentimiento que con tanta facilidad muta en el terrorismo desesperado de los que no tienen nada que perder.
Y es precisamente una decisión electoral consistente en quitarle el poder a la corrupta OLP y entregárselo a Hamas, una organización política de carácter religioso, con una gran actividad social, y decidida partidaria del legitimo derecho de resistencia activa -es decir, violenta, si es necesario, que lo es- contra la ocupación israelí, a la que Estados Unidos y sus satélites europeos consideran como una organización terrorista -curiosamente, con nula actividad terrorista, a diferencia de la OLP, a la que se miraba con hipócrita simpatía desde Occidente- es lo que ha desencadenado la situación actual de Palestina, más desesperada que nunca. Cuando Hamas gana las elecciones en la Autoridad Nacional Palestina, Israel declara un bloqueo brutal e ilegal contra la franja de Gaza, una superficie de 365 kilómetros cuadrados en la que se hacina millón y medio de personas, y les corta el suministro de todo lo necesario para que una sociedad pueda avanzar y desarrollarse, permitiendo que entre, y con cuentagotas, sólo aquello que es estrictamente imprescindible para la supervivencia. Un bloqueo criminal al que Israel y Estados Unidos obligan a sumarse a Egipto, que cierra su frontera con Gaza, dejando a un millón y medio de personas absolutamente aisladas del mundo.
En esta situación, Palestina no tiene otra salida que defenderse lanzando misiles, piedras, palillos y lo que tenga en su mano contra el estado agresor que le cierra todas las puertas, y Hamas organiza, como puede, esa resistencia, lanzando cohetes de corto alcance -no puede acceder a otro tipo de armamento- contra el territorio de Israel, ante la pasividad vergonzante de los estados árabes vecinos y de la democrática, civilizada, hipócrita, decadente y cobarde Unión Europea. Israel respondió ayer a este acto de legítima defensa lanzando el mayor ataque contra la población civil palestina realizado en toda su existencia. En apenas un día, Israel ha asesinado a un mínimo de 350 personas, aunque quedan muchos cadáveres por localizar, muchos heridos graves por morir -Israel no permite la entrada de medicamentos en Gaza, y nadie va a hacer nada para llevarlos- y muchos misiles por caer.
Que Israel es un estado terrorista y racista, extremadamente violento y agresivo son cosas que ya sabemos. Que Estados Unidos lo fomenta y lo apoya, también lo sabemos. Lo que nos queda por conocer es hasta dónde está dispuesta la Unión Europea que se llegue para dejar de disimular y de mirar hacia otro lado, lo que nos queda por conocer es hasta donde va a permitir la unión Europea que llegue la capacidad de intervención de Estados Unidos a las puertas de Europa, y hasta qué punto va a tolerar un satélite de Estados Unidos que desestabilice permanentemente la región oriental del Mediterráneo. Si la Unión Europea fuese el estado democrático y civilizado que quiere ser, si la Unión Europea creyese realmente en una política exterior común y en una defensa común ya habría lanzado un ultimátum a Israel para que cese las agresiones y se disuelva en un nuevo estado democrático, desarmado y laico -en lo religioso y en lo racial- en el que judíos y palestinos puedan vivir en paz y libertad bajo el principio sagrado de una persona un voto.
Para entender la violenta realidad de Israel, sólo hay que echar un vistazo a algunas citas de sus libros sagrados o al antiguo testamento, para ver un pueblo violento y continuamente envuelto en guerras y genocidios con sus vecinos. He recopilado algunas citas hebreas, para entender mejor la 'idiosincrasia' de este pueblo, el pueblo (según ellos) elegido por Dios para dominar la tierra:
"El no judio es una basura; un excremento". (Schulkman Arukh, con las palabras del rabino Josef Caro)